domingo, 13 de marzo de 2011

CRÓNICA URBANA. -(Ejercicio de ficción)

NO VOY A TRABAJAR, NO VOY A TRABAJAR.-

La prisa mañanera. Hasta el queque de tráfico en Juárez y montones de gente que bajan de los transportes urbanos, otros suben de prisa, los demás esperan resignados. Algunos parecieran derramarse hacia el subterráneo de la estación del Metro en Padre Mier. Ruidos de camiones, chirridos y mentadas entre los chóferes por invadir espacios. Todos corren o caminan aprisa. Sonámbulos espectros desvelados. Piltrafas de la industria sin completar el sueño, cansados de esperar sin esperar, absortos en la inercia del día a día. En la banqueta un hombre ofrece golosinas ¿Tan temprano? ¿A quién se le antoja un dulce cuando la cruda azota todavía las entrañas? Otro hombre se le une. Saca un plástico viejo y lo extiende en el piso. Llaveros, colguijes y chácharas se confunden sobre el improvisado puesto. Ni modo, la gente tiene que hacer la lucha para sacar la papa. Camino más aprisa, quiero salir rápido del grupo de gente que espera pues no quiero perder mi transporte Avanzo algunos pasos y luego me distrae el hombre que, sin pelos en la lengua me espeta: ¡quiero! Su mirada lasciva se cruza con la mía que es un cuchillo helado. Hago un gesto de asco y continúo dejándome llevar por la prisa. La fila de camiones es una procesión de armatostes amarillos, azules o algún color indefinido. En medio de la calle el caos vehicular .Todos tienen urgencia, todos quieren ganarle el paso al semáforo y se aguantan mascullando el paso lento de la bola de gente que aprovecha el rojo. La impaciencia se nota en sus facciones. Otra vez me distraen los que suben a los camiones. Como en cámara lenta me fijo en sus atuendos. Me doy cuenta que proliferan marcas y estilos sobre todo en los jóvenes. Observo curiosa a la chava con piercing en los labios. A su lado, el novio con disfraz ¿o será su vestimenta? En su cabeza- que parece haber sido trasquilada- sobresalen mechones untados prácticamente al cráneo con alguna especie de gel o quizá solo saliva y para rematar, una gorra colocada encima sin más función que agregar altura o hacer que su portador camine erguido. Río para mis adentros. Me pregunto cómo me percibirán ellos a mí desde sus atuendos que contrastan con los míos tan modositos. Ya casi son las ocho y no viene mi camión. Ni me estreso, es lunes y los lunes todos llegamos tarde aunque el méndigo jefe de personal se ponga como perro, ¿Qué le vamos a hacer? Ni modo que me compre mi auto con el miserable sueldo que apenas alcanza para vivir. Si a veces ya ni para el camión me queda a mitad de quincena. Otra vez el fulano libidinoso: Mamacita, ¡yo si te pongo como tú quieras! ¡Ay, estos bichos jariosos! ¿Que no se verá en el espejo el esperpento este? En fin…ni al caso. Ojalá que la Betty me lleve los zapatos que le encargué porque estos ya están para el arrastre. ¡Cuánto ruido! Los chóferes de taxi pasan sonando el claxon como si uno estuviera sordo. La lucha por ganar el pasaje se hace más dura a medida que avanza la mañana. Me decido y le hago la parada a uno. Ni modo, me va a salir caro pero es muy tarde. ¡Valiendo madre! Ya no se pudo estacionar para levantarme. Cambió de nuevo el semáforo. ¿A dónde irá tanta gente en las mañanas? ¡Qué calor! ¡Este pinche sol y yo con sueño! Ahí viene el camión. Entro en la bola que pretende subirse. Una mano me roza el seno mientras pretende tomarse del pasamanos ¿qué no se podrán esperar? es el libidinoso, se ha pegado detrás de mi y pretende que lo empujan ¡Ay, desgraciado chango! Ya se sobó en mis nalgas su asquerosidad. Le hundo el codo en las costillas con toda la fuerza de mi asco y mi coraje y subo aprisa los escalones para abordar. Abajo, el nefasto individuo se soba las costillas mientras sonríe con sorna. Vámonos…vámonos… digo como si fuera magia y el camión arrancara por mi voluntad. Más lentitud, más minutos corriendo y yo llegando tarde al trabajo. El chofer acelera, algunos se quedaron abajo tan resignados como desesperados, también ellos caminan al filo del desempleo cada día. Todos somos la fauna que habita en el concreto. Como diría mi madre: ¡Ah, como te gusta dramatizar! ¡No pienses! ¡Pensar te hace encontrar la punta al hilo negro! Siempre entendí con eso que es mejor ser como el Tio Lolo que se hace pen… El camión no se mueve. Otro semáforo en rojo y la gente cruzando de un lado a otro con bolsas en las manos, mujeres con sus crías adheridas como racimos a sus brazos, unos cargados y otros caminando a empujones todos cruzan la avenida mientras dura la luz. ¡Apúrese señora! el chofer se impacienta con la señora gorda que camina despacio y quiere subir a la unidad. De mala gana le abre la puerta y la deja subir. No hay lugar, la señora se avienta un maratón para colarse hasta el fondo. Verde. El camión continúa haciendo extraños movimientos para adelantarse a veces y otras para orillarse y levantar pasaje. ¡Bajan!, la voz se escucha impaciente. Se abre la puerta y la mujer desciende lentamente ante el enojo del chofer. Otra vez la avenida, la gente como hormigas entrando y saliendo de todos los negocios. Un camión se empareja con el nuestro, escucho un altercado altisonante entre los dos chóferes, lo mismo cada día. Apenas son las 8 y ya los nervios estallan. Una sirena abre paso, hay que orillarse. Es la policía. ¡Solo esto faltaba! que hay un tiroteo empieza a decir al gente. Miro el miedo en los ojos de algunos pasajeros. El chofer se detiene. De la patrulla baja un hombre y toca con brusquedad la puerta del camión. ¡Abre la puerta!-grita. Es el colmo del pánico, se empieza a sentir tensión entre los pasajeros. El chofer abre la puerta y el policía sube como energúmeno, lo levanta del asiento mientras le dice: ¡Pendejo! ¿No ves lo que dejaste allá atrás? La gente se levanta y empieza a abandonar el camión por donde puede. No, no es un bloqueo de narcos. Ha habido un accidente. Bajo también. Ya estuvo que hoy no llego al trabajo. El policía casi arrastra al chofer, el hombre tiene la cara desencajada, en sus ojos se lee la angustia. Unos metros atrás hay un bolón de gente. Debe ser algo grave. Me cruzo con algunos que vienen de regreso y alcanzo a escuchar jirones de sus charlas ¡Pobre mujer! El camión la arrastró… me dirijo al tumulto siguiendo al policía y al chofer. Hay un charco de sangre que se extiende brillante al sol, allá miro un zapato, una pierna desnuda entre las piernas de los mirones. La mujer que pidió la parada está en el pavimento como un muñeco roto. Hay una contorsión en su tronco que le confiere una posición extraña. Su boca se mueve articulando gemidos. Los ojos vidriosos parecen suplicar a los mirones, les cuentan de su angustia, les habla de un dolor que se extiende más allá de su cuerpo. Hay un temblor ligero que la agita. La gente solo mira. Alguien se acerca, toma su mano y la aprieta, ya viene la ambulancia. No la mueva le dicen, el hombre no hace caso y le arregla el vestido a la señora. Le tapa las piernas que han quedado expuestas a miradas ajenas. Mientras tanto, una mujer que lleva un bolso con la leyenda GUCCI recoge el bolso de la atropellada con disimulo. Se lo pone bajo el brazo y queda muy quieta. Solo yo me doy cuenta. El charco rojo crece y la ambulancia tarda. Nadie quiere dejar de ver y al mismo tiempo hay como una ceguera en lo que está ocurriendo. La mente no carbura. Solo hay morbosidad. El tiempo se detiene entre los sonidos que llenan el espacio y la humedad vidriosa que se instala lenta en los ojos abiertos de la mujer que agoniza. Lejos se escucha el ulular de sirenas. Ya viene la ambulancia anunciando indiferente la tragedia, esquivando el tráfico que no cesa. Hay embotellamientos tratando de abrir paso a la ambulancia. Delirio de urbanismo que se adhiere al concreto, que emana en los vapores que ya empiezan a subir del pavimento. El hombre que sostuvo la mano la coloca despacio sobre el cuerpo que ha dejado de agitarse. La multitud se aferra al espectáculo, espera el siguiente acto: la certeza de que han presenciado la muerte. Los vendedores reanudan su pregón. Un limosnero hurga entre la basura, encuentra un envase de aluminio, lo aplasta de un pisotón. Lo guarda. El semáforo cambia, es tiempo de cruzar. Del otro lado espera la frescura del aire acondicionado en el Seven. Ya no fui a trabajar. Me encamino a la tienda. La mujer de la bolsa elegante cruza con rapidez llevando bajo el brazo el bolso de la muerta. El sol sigue brillando terco mientras en el concreto se coagula la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario