Escenario: Foro del Café Nuevo Brasil. Centro de Monterrey, N.L. Poeta: Iván Trejo. Las 8 de la noche. La atmósfera nostálgica del espacio donde se encuentra contrasta con su presencia joven. Con parsimonia enciende un cigarrillo y llena con cerveza el vaso que tiene delante de él. La poesía es el vínculo que lo une a los otros, a nosotros.
El rito empieza y él trae a la memoria el por qué del poemario que nos compartirá. La muerte es el vehículo donde viajó su Musa, la muerte de su padre y la herida de un adiós que no pudieron darse. A grandes rasgos cuenta las circunstancias y cómo tuvieron que pasar los años para escribir sobre ello.
Empieza la lectura y el ambiente se puebla de pájaros, de mar, de nostalgias familiares, de un dolor trascendido a través de las letras. Cada nuevo poema es una imagen que nos cuenta la historia, nos transmite, en reflexivos versos, aprendizaje de vida, su experiencia personal.
Y es que por más que se diga que poeta y yo lírico son dos entidades distintas es evidente que el dolor, la alegría, la emoción son los disparadores de la poesía. Desde luego que el sentir ha tomado otra forma, se ha convertido en mancha sobre la blancura del papel, escultura de letras que contiene el tembloroso hálito que el poeta le infunde con sus vivencias y que la revisión acuciosa perfecciona pero su raíz está ahí, dentro del escritor, en su descarnado sentir.
Poseedor de premios de poesía, Iván comparte con sencillez su visión de la vida. En el espacio de Preguntas sin Resolver, con seguridad, afirma su opinión respecto a la situación actual de la poesía. Mi generación está perdida -dice. Se refiere a que no hay plumas que soporten el peso del tiempo, a la falta de verdaderos escritores y críticos literarios que den luz a las letras y trasciendan.
Entre nostalgias y reflexiones, en un ir y venir del pasado al presente transcurre la velada mientras en el espacio se diluyen los recuerdos de Iván, los pájaros que habitan sus poemas y el humo prófugo del cigarrillo.
El rito empieza y él trae a la memoria el por qué del poemario que nos compartirá. La muerte es el vehículo donde viajó su Musa, la muerte de su padre y la herida de un adiós que no pudieron darse. A grandes rasgos cuenta las circunstancias y cómo tuvieron que pasar los años para escribir sobre ello.
Empieza la lectura y el ambiente se puebla de pájaros, de mar, de nostalgias familiares, de un dolor trascendido a través de las letras. Cada nuevo poema es una imagen que nos cuenta la historia, nos transmite, en reflexivos versos, aprendizaje de vida, su experiencia personal.
Y es que por más que se diga que poeta y yo lírico son dos entidades distintas es evidente que el dolor, la alegría, la emoción son los disparadores de la poesía. Desde luego que el sentir ha tomado otra forma, se ha convertido en mancha sobre la blancura del papel, escultura de letras que contiene el tembloroso hálito que el poeta le infunde con sus vivencias y que la revisión acuciosa perfecciona pero su raíz está ahí, dentro del escritor, en su descarnado sentir.
Poseedor de premios de poesía, Iván comparte con sencillez su visión de la vida. En el espacio de Preguntas sin Resolver, con seguridad, afirma su opinión respecto a la situación actual de la poesía. Mi generación está perdida -dice. Se refiere a que no hay plumas que soporten el peso del tiempo, a la falta de verdaderos escritores y críticos literarios que den luz a las letras y trasciendan.
Entre nostalgias y reflexiones, en un ir y venir del pasado al presente transcurre la velada mientras en el espacio se diluyen los recuerdos de Iván, los pájaros que habitan sus poemas y el humo prófugo del cigarrillo.